domingo, 17 de julio de 2011

Historia de un silencio

Esta es la historia de un silencio. El más profundo silencio del que nadie oyera hablar jamás.

Se esparció su semilla entre las estrechas calles peatonales de la Villa. En sus concurridas terrazas. Expandiéndose en sus plazas el mudo estrépito en olor de multitudes.

Firme en su pulso, el silencio resonaba en la sorprendente espera y las gentes mostraban, con su gesto ausente, que no deseaban que aquello se prolongara más del conocido minuto de rigor.

Ninguno recordaba una razón que justificara por más tiempo su presencia. Incluso los más niños dejaron de jugar, expectantes, con la expresión del que anhela oír algo.

Sólo una persona, entre todos los habitantes y visitantes del bello principado, sostenía con su normalidad, la eternidad del momento.

Jian no cambió su rictus ni su porte. Eso sí, sus mejillas mostraron un ligero indicio de satisfacción cuando advirtió que podía escuchar el fino hilo de agua que, desde hacía años caía, ignorado, desde la fuente roja de la plaza vecinal.

Andaban todos tan absortos en las molestias que la quietud provocaba, que se miraban consternados, como decidiendo quién se atrevería a romper y hacer añicos ese sagrado momento que nadie había pedido.

No era una cuestión de respeto ni agradecimiento, simplemente nadie quería ser señalado como el lugareño que diera el pistoletazo de salida.

Así que Jian, continuó impertérrito, escuchando el fluir del agua que nadie más podía oír. Porque él era el único que no tenía miedo de la oscuridad, él era el único que sí advertía la belleza de su esencia.

Entonces, recompuso aún más si cabe su figura y reflexionó sobre lo que estaba aconteciendo. Acomodando su alma para el encuentro.

Un reguero de vibraciones se acercaba desde las calles centrales del entramado peatonal de la Villa. Era energía, energía pura. La había dulce, rugosa, sedosa, inteligente, perspicaz, amorosa, abundante, generosa, azul, mediocre, pizpireta, asombrosa, mental, animal, complaciente, universal. Se maravilló de poder apreciar todas sus formas y colores. Su olor y su sabor. Pensó que era un hombrecillo con suerte por vivir en ese lugar, en ese instante, con esa emoción silenciosa.

Miró entonces a los ojos de los que empezaban a observarle como diferente y vió en ellos una sentencia. Cuando el silencio acabara, decidieron, Jian dejaría de ser especial.

Nadie se explicó de que callada manera decidieron todos al unísono que Jian y su don serían silenciados. De qué callada manera se le otorgaría únicamente el beneficio de convertirse en leyenda.

Así que todos sin excepción, en un abrir y cerrar de boca, sellaron sus corazones y sucumbieron a la tumultuosa salva de aplausos que inundó de ruido la Villa y barrió la ansiedad de las calles.

Las afirmaciones y expresiones de júbilo se amontonaban en los oídos. El alboroto escondía los últimos vestigios de vaporosa humanidad que vagabundeaban ya como invisible eco.

Así celebraron, casi todos, la seguridad de ser estruendo.

Y Jian reconoció al instante que empezaba a olvidar quién era.

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