Me llevé tus palabras a casa,
les hice sitio en la mesa,
y mientras cenaba las miré;
me miraron.
Repasamos nuestros perfiles
buscando resquicios en la piel.
Umbrales donde posar la atención
y pasar de puntillas al otro lado:
al hogar de los gusanos
y de las mariposas,
al lugar donde se ha oído hablar
del viento y de la luz.
La caligrafía de mi voz
se transmutó en secretos de seda.
Y ahora ya somos uno
tus nombres y yo.
Si es que alguna vez
dejamos de serlo.