La intimidad no es asunto de susurros,
ni de risas, ni de trajes hechos a medida.
En la intimidad no se manipula,
ni se hereda, ni se sigue al ciego a ciegas.
No es un contrato de por vida,
ni una pareja de baile en exclusiva.
En los desiertos dorados no es la osadía
de creer que te comprendo noche y día.
No se hinchan sus velas con la ternura
de atender tu sangre incluso a oscuras.
Intimar no depende del roce ni de la intensidad,
es una acción que siempre comienza con una verdad.
Intimar es decirte sin negarme,
es marcharme sin sufrir,
es aceptar el olvido y las ganas de vivir.
Es pasear bajo la lluvia, llevando la camisa que no te gusta.
Es transitar bajo mi piel como respuesta a la pregunta.
Es abonar la distancia para luego volver,
si la pena lo vale, si el corazón lo ve.
Cuando despierta el primer amor, el que falta,
el que cuando saltan los plomos del amanecer,
te acompaña de regreso a casa otra vez.
Y al cabo, nadie sabe más que tú,
si intimas o vigilas,
si el alma cede o retrocede,
si tomas riesgos a riesgo de encarar daños,
o vuelas bajo esperando que el abrazo compense.
Sólo tú, sólo yo,
elegimos la copa de blanco o de tinto,
de la mano del instinto y del niño chico,
del cuerpo roto y del abismo.
Allí abajo y aquí mismo,
en la orilla de lo más íntimo,
te cito.