Me voy de viaje. Hoy. Ahora. Los últimos mensajes. Las últimas llamadas antes del despegue. Aparentemente no ha variado mi rutina habitual en estos casos: soledad, puntualidad, prudencia.
Sin embargo, estos nervios que se instalan en la salita de estar de mi plexo, aquí sentado en la T1 del Aeropuerto del Prat, tienen otra profundidad. Son los resquicios del vaquero (como me gusta llamarle), de la parte interna que alberga la posibilidad de que algo pueda salir mal y de que si es así, el golpe podrá conmigo.
Me voy de viaje sin objetivos. Así lo expreso porque me canso de responder que ´no sé lo que busco´. De tanta claridad se desdibuja el paisaje.
Nada, ni la brisa, ni el viento, ni el temporal, pueden con este eco sordo que baraja posibilidades y dudas.
Escribo en la libreta pequeña de espiral, como casi siempre. La comunicación conmigo mismo es el mayor presente que la vida me ha ofrecido en estos dos últimos años.
Hoy me ha llamado una amiga que conozco desde la adolescencia. Su madre ha muerto y ella trata de levantar el vuelo y la voz. Pienso en ello. En nuestra conversación. Me emociona esta señal. Le paso el número de una conocida que le puede ayudar a atravesar y poner en orden su caos emocional. Si es su momento lo utilizará.
Me ha llamado hoy, justo unas horas antes de mi partida, después de muchos meses sin noticias. Ese puede ser uno de los hilos conductores de esta experiencia: las señales, presentes e independientes de mi voluntad. Que gran suerte que sean tan poderosas y que no pueda resistirme a la curiosidad y a asomar la cabeza para verlas. Pienso en las personas que quiero y sé que pase lo que pase, esta aventura es la que me corresponde.
´No veo ni barcos, ni aviones, ni nada…sólo las cosas del mar´ Julio Villar (frase que me envía Esther unos minutos antes del despegue).
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Aposentarme. Permitir que la experiencia repose. Con el espíritu de otros instantes en otros viajes. Creando de nuevo espacios para que cada vez quepan más momentos de aceptación. Más ancha, más profunda la realidad.
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Paso la noche en el aeropuerto de Orly. Leo de un tirón la isla del tesoro. Elijo el libro con total consciencia de olvidar parcialmente que estoy sólo en la noche inmensa de esta nave de viajeros tan inocentes y culpables como yo. Anhelando cielos y palmeras nuevas. Acabo el libro y lo dejo reposar en un duro asiento. No lo he vuelto a ver, o eso creo.
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Llego a Saint Martin en el Caribe Oriental y la isla me recibe reflejando mi miedo a ser rechazado. No tengo billete de vuelta y a la agente que me atiende no parecen convencerle mis argumentos de que pienso continuar el viaje en barco. 'Traiga al capitán' me dice. Dejo el pasaporte, el equipaje y mis miedos junto a la agente. Voy en busca de Quim Carreres, el patrón del velero Bora Bora, que será mi hogar durante unas semanas. Quim ha llegado via Amsterdam una hora antes que yo. Doy un paso hacia delante y el policía me mira con cara de pocos amigos y me advierte que no podré volver a entrar. Así comienza el Caribe a mostrar su cara más 'amable'. Lo que sigue a esta anécdota es paciencia, paciencia y paciencia. Burocracia y un poquito de buena suerte.
A veces ante los problemas surge una calma que parece ajena.
Me encuentro, ya completamente equipado y documentado, de nuevo con Quim. Salimos al exterior.
Una isla como ésta puede llegar a marear, a despertar el instinto de buscarlo todo fuera de mí. Seducir por seducir, para sentirme bien. Esta isla está en todas partes. Ya la conozco. Cambian la longitud y la latitud, difieren el hospedaje y las razones, pero bajo el mar se comunica con otros lugares donde dispersar nuestra densidad y calmar nuestra incomprensión.
El tiempo pasa ahora lento, pesado, buscando con la mirada en la esquina que no corresponde áquello que me transforme. Son las horas de los primeros rostros, las primeras palabras, las primeras bocanadas de aire que añadir a mi equipaje.
Son las horas y días previos a que mi alma zarpe.
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Hoy he conocido a una chica croata. No sé su nombre. Lleva aquí 15 años.
Cinco meses después de llegar, en el año 95, su barco y casa se hundieron con todas sus cosas.
Pudo salvar el material con el que realiza sus obras de arte. Como por ejemplo el alambre que compró en Barcelona para diseñar sus esculturas. ‘El mejor que se puede encontrar en Europa’ me dice. No quiere regresar, sin embargo. Sólo quiere seguir distanciada de aquello que le causa dolor, de la guerra y de la pérdida. ‘Esta es mi casa’ me comenta.
Se distancia del conflicto emocional. Como también hacen los ignorantes y los sabios. Como los maestros y los discípulos. Se disfraza de consciencia e inconsciencia, pero el deseo es el mismo: sobrevivir.
Sabe que St.Martin es más turística y frívola que otras islas, pero le encanta que sea tan cosmopolita. Le hace sentir bien observar gente de tantos lugares distintos ajena a sus diferencias. Además, cuando necesita más raíces o más tranquilidad se acerca a otros paraísos: Anguila, St.Barth.
‘Suerte’ me señala al despedirnos. Entran clientes en su local y la atención se va con ellos.
Este es el tipo de encuentros que anhelo.
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Séis días de viaje y vuelvo a escribir sobre las experiencias cocinadas a fuego lento. Es el ingrediente secreto para sazonar la vida. La esencia que nos ayuda a cuidar el sabor y no matarlo.
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Camino por las calles de Marigot. Siento la contención. En el cuerpo, en los sueños, en mis pasos, en mi imaginación.
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Con Quim no hay problemas pero tampoco existe un feeling especial estas primeras jornadas. Leo su libro para ver si puedo establecer otro tipo de lazos y también porque me gustó su introducción: personal y clara. Palabras brotando libres, cada una posándose en el lugar adecuado.
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El puerto donde nuestro hogar flota se encuentra cercano a un mercado. Por la mañana observo como las personas se movilizan para que cobren vida sus paradas y secretos, su colorido y jolgorio. Camino por sus calles ajeno a sus miradas. No les importo y lo agradezco. No me buscan y admiro la táctica: dar espacio.
La tierra es enorme, libre e indulgente. Poco a poco la delimitamos, le infringimos costuras a capricho, distanciándonos del sentido común.
Poco a poco nuestro interior se acoge al orden exterior y deja de importar si te encuentras a 5.000 kms de tu lugar de origen. Deja de importar que nadie sepa dónde estás. Yo sí lo sé. Atado a una playa. Aquí he acabado hoy en mi paseo. Un lugar paradisíaco y privado, TEMIENDO el inminente castigo si alguien me descubre.
¿Qué es el paraíso? El lugar donde convergen la libertad exterior e interior.
Aquí me ha ayudado a llegar una joven de Santo Domingo. ‘No francés, no inglés, sólo español’ me ha dicho. ‘Perfecto’ le he contestado. Como no, se llama Esthel. A través del patio de su casa me ha llevado hasta el mar. Una vez allí, me correspondía a mí colarme en la zona privada del hotel cercano.
Voy, a regañadientes de mi tranquilidad y regreso por el mismo lugar por el que entré. No me he atrevido a salir por el hotel. 'No pasa nada, no pasa nada', me repito. Me despido de Esthel y regreso al barco. Acaba la expedición de hoy.
Se despierta el primer momento de desconfianza por las mujeres. El primer atisbo o posibilidad de ser manipulado activa las alarmas. Hablo de ello porque intuyo que no va a ser un hecho aislado. ‘Me gustaría conocer España’ dice Esthel y ya me tenso.
Continuará...
Continuará...