Las tres casas me atraían. Ahora que mis huesos son más consistentes, lo puedo afirmar. Estaban todas situadas cerca del mar, aunque las mareas eran tan rotundas que llegaba, de vez en cuando, a olvidarlo.
La vida describió en varias ocasiones, de manera sencilla y generosa, mi lugar en el mundo. Las tres casas podían considerarse vecinas de mi destino. No siempre le hago caso a la vida, así que tomé la decisión de rechazar el regalo antes de abrirlo.
Recuerdo que una vez me atreví a sobrevolarlas. No pude olvidarme en ningún momento de lo que estaba haciendo y ahora no sé explicaros si vale la pena observar el mundo desde las alturas.
Cada día eran más las hormigas que encontraban refugio en mi abandono. Aniquilarlas sin querer mirar de frente al sufrimiento era una opción. Incluso sopesarla requería un hálito extra de energía que no poseía.
Una mañana me alejé del lugar a hurtadillas. Pesaroso de las lágrimas y estruendos inacabados. No quería echar de menos los castillos de arena que salpicaban de azul mi frente. Suerte que nadie miró en mis bolsillos. Ni siquiera yo.
Así caminé, manteniendo el miedo en mi puño derecho. Unas horas después recordé que podía hablar…recordé el timbre de mi voz y dejé olvidadas en el primer lugar discreto que encontré, mi toalla y un libro. Quería averiguar si realmente los necesitaría en el lugar hacia donde me dirigía.
De vez en cuando mi cuerpo requería de descanso ante las nuevas voces y astros. Esas son las verdaderas fronteras que supuran y marcan la diferencia.
Por supuesto que mi memoria funcionaba a pleno rendimiento. Prensaba los recuerdos para dejar hueco a los que habían de venir. Con tal fuerza que no hubiera oportunidad de compararlos.
Me repetía en voz alta: ‘esto es lo que hay dentro de mí’. Con frescura de sal. Mas tarde, el apego a pronunciar una y otra vez estas palabras, erosionaron el presente. Exhausto.
No importaba el tiempo que pasaba mientras acontecía lo que os relato. Los años, los meses, los días, sólo definirían vuestra sorpresa; perfilarían la osadía y el desdén. Entretanto he podido ir y venir mil veces, amollar la escota de otras tantas velas y revisar la adoración a mis anclajes.
Valoraba el tiempo que dormía solo durante el viaje. Demasiado. Como si tu presencia pudiera ahogar mis caricias. Añoraba y añoro, por qué no decirlo, abrazar tu vientre sin tener que explicarte las formas de mi ternura. Seas quién seas, añoraba tu piel y la mía dialogando entre el silencio de los sentidos.
En este desatino continuo que es vivir, me permito tutearte y escribirte a la cara, porque quiero soñar otro tipo de respeto. No quisiera sentirme solo a tu lado. Te lo digo desde aquí, en brazos de esta claridad leve y confusa.
Partir otra vez reajustarían el ánimo y el ánima. Sin indicaciones. Recorrer el mismo camino. Dando vueltas hasta tropezar con el instante divino. El peso justo, los músculos sanos, el interior despierto y el beso abierto que desconoce el pasado pero lo tiene presente.
Allí voy, si mi dios quiere, hacia un mar propio y desnudo. Tenían razón los que advirtieron el umbral del lugar sencillo, del hogar seguro. No podía imaginar que estuviera por aquí, entre las fauces de mi futuro. En el, hasta dentro de poco, desconocido centro de este universo, que también es tuyo.
Quiero querer sin saber si es suficiente. En el sendero de vuelta. De viaje hasta el final. Tan lejos y tan cerca. Eso es todo por hoy. Mañana Toni dirá.
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